LA HUERTA DE LOS GUAYABOS
Manuel González López
A
don Venancio el boticario, bien lo conocí. Hombre blanco, narizón, patilludo y de ojos berrendos
saltones. Decía que era de raza española y cantaba como si lo estuvieran
capando. Fui su trabajador de confianza durante mucho tiempo, al grado que me
dio permiso de vivir en su casa de la huerta de los guayabos, luego de
que me casé. Era buena gente con mi esposa y conmigo.
Mi
trabajo consistía en beneficiar y cosechar la plantación. Además, me
tocaba castrar unas colmenas y batallar buscando enjambres perdidos entre los árboles, golpeando
un guango mocho, para que volvieran las abejas a los cajones.
Eso
de la desperdigada de enjambres, ocurría debido a que algunas veces, morían las abejas reinas a causa que el patrón me ordenaba recoger la jalea real. Según
él la ocupaba para preparar medicamentos vitaminados. Pero cierta
vez que lo descubrí probándola, perversamente confesó que acostumbraba la jalea
real en ayunas para aumentarse la
potencia sexual. Pero, me recomendó que no intentara experimentar eso, porque la
jalea era venenosa y sólo él sabía prepararla.
La
esposa de don Venancio, una guapa mujer más joven que él, vivía entregada a las
tareas religiosas y a cultivar flores y plantas. Por eso, de vez en cuando, yo le
servía como jardinero, podando y regando la ringlera de macetas sentadas
al filo de los cuatro portales que vigilaban eternamente el patio.
El
boticario, como todos le llamaban, pasaba la mayor parte del tiempo en su botica del portal atendiendo la
clientela y preparando jarabes medicinales. En ocasiones, también le ayudaba a
eso.
Cuando
le llevaban a un niño enfermo de chorro, recetaba un frasco como de a litro,
con jarabe colorado a razón de una cucharada al día. Acostumbraba esta manera
de recetar para cobrar en base a la cantidad de medicamento. Hubo quien se
presentó antes de una semana, explicando
con dolor el fallecimiento del paciente; intentando así, devolver tanto
medicamento sobrante, para recuperar parte de lo gastado. “Que lo tome toda la
familia, es tónico muy medicinal, no se aceptan devoluciones”. “Si provecho no le hace, daño tampoco”. “Ese
que llevan a enterrar, yo lo curé: murió sano”. Entre otras frases, gastaba sus palabras y
estiraba la mano para cobrar.
A
pesar de que él seguía consumiendo la jalea real, nunca tuvo hijos con la
esposa. Le gustaban las mujeres tiernitas. Cuando cerraba la botica, mientras
su mujer iba a rezar el rosario de las ánimas, él se apoltronaba en un equipal
bajo el portal a chulear cuanta hembra pasaba por allí. Una tarde
llegó a la botica la muchacha a quien
apodaban la cuadrilona. Fue a pedir unas cucharadas para los torzones. Don Venancio con el pretexto de sobarle el vientre
con una pomada especial para curar el empacho, convenció a la mujer
para que entrara atrás de la botica donde preparaba los brebajes. Pensó
que estaba sólo, pero esa tarde la señora me había encargado regar las plantas
y claramente me di cuenta que las intenciones del patrón eran muy diferentes.
Comenzó a manosear a la muchacha que al principio intentaba sacarse, pero
luego como que fue aflojando. Tanto así que entre el forcejeo lujurioso, tumbaron
unas botellas llenas de jarabes espesos y de inmediato comenzó la pestilencia a
medicina por toda la casa. Yo no sé qué tantas cosas harían, ni quise
averiguar, nomás medio distinguí que los dos estaban encuerados rodando en un
petate. Preferí salir a comprar unos churros que me supieron a medicina y al
perfume de la cuadrilona.
Pero
esas calenturas del patrón eran nada, comparado
con lo que presencié la otra vez allá en la huerta cuando llegó con su amigo el Señor Cura y comenzaron a tomar pulque. Se
empinaron dos balsas y ni por broma me invitaron. De calmante comieron tacos de
camarón. Cuando se acabó el pulque, le siguieron con ponche de granada
arreglado con nuez y durazno picados. Para
esa hora, la cara del patrón parecía jitomate maduro del llano y sus
ojos dos brasas vivas. Al Cura no se le notaba por moreno. Solamente de vez en
cuando lo incomodaban unos ataques de hipo que para calmarlos, agachaba la
cabeza y se empinaba al revés el jarro de ponche. Sacudía en lo alto las manos,
anticipando desgarradores estornudos cargados de pedacitos de nuez y durazno.
Ellos
seguían hundidos en el mar de la plática. Más tarde, el Cura me apartó y
me amenazó que si platicaba lo
escuchado, me podría excomulgar por chismoso. Estuve intranquilo dos tres días y sentí la
necesidad de confesarme a la siguiente semana. Me impusieron una penitencia de
cinco rosarios y cinco pesos de limosna.
Respecto
a los rosarios creo que cumplí, participando de lejecitos en las letanías
dormilonas rezadas por las adoradoras de la vela perpetua. Sobre el asunto de
la limosna, le pedí al Cristo Patrono una rebajita y nomás di un peso. Así salí
del compromiso y algo me tranquilicé, pues no le quise confesar al Cura que
aquella tarde se había orinado en la piedra de filtrar agua para beber.
Yo
no maté al boticario. Él sólo se murió bien muerto.
En
aquella vez cuando estuvieron tomando en la huerta de los guayabos, hubo un
momento en que don Venancio le comentó
al Cura que en una pieza de su casa, había escuchado ruidos extraños y según él,
pensaba que podría ser alguna alma en pena cuidando dinero que enterraban los
cristeros cuando robaban a los caciques del pueblo. El Cura nomás oía, bebía y
a veces estornudaba.
Comencé
a hilvanar esperanzas sopesando una olla
de monedas de oro, igual a otras historias parecidas de gentes que se habían
enriquecido así. Busqué la tarde apropiada y le inventé a mi mujer que el
patrón me había encomendado la tarea de llevar unas medicinas por los pueblos
del bajo y que volvería hasta el siguiente día. Lo creyó porque otras veces el
patrón me daba esos encargos. Esperé la
noche para entrar a la casa de la botica por una puerta que le sabía un truco
para correr el cerrojo. Serían como las doce porque la planta de luz a esa hora
dejaba de trabajar.
Era
tiempo de pitayas y huamúchiles. Una
noche fresca. La plaza y calles perdidas en la oscuridad. No había luna. Ya
estaba adentro de la casa y llevaba un guango bien afilado. Decidido me acerqué
al cuarto misterioso con tal de averiguar si oía algo. Y sí oí. Al fondo
alcancé a distinguir el susurro de una voz ronca: “es cuestión de que no tengas
miedo y todo será tuyo, nada más pídemelo”.
Estaba
asustado, pero no era momento de rajarme, así que de golpe entré y lo que miré me
engarrotó. Una íngrima vela relumbró dos cuerpos encuerados: mi patrón
arrejuntado a una mujer. Pero no era la
cuadrilona… ¡Era mi vieja!
Al
parejo, los dos distinguieron mi presencia y mi vieja así pelada corrió a la
calle. Don Venancio quiso arrancar también pero bruscamente se atrancó. La boca
se le torció para la oreja y comenzó a temblar como si tuviera alferecía. Sus ojos boludos deschavetados destellaban terror
vivo. Parecía que me quería decir algo, pero se fue engarruñando como por un
fuerte cólico. Se derrumbó tirante, dio unos respingos y se apaciguó. Lo rodé
como a un tronco y no me hizo caso. Quedó tirado con la vista torcida. Tanteo
que se espantó imaginando que yo era la muerte viva. Digo, por el guango que
llevaba en lo alto. Ya no le dije nada y me salí.
Unos
comentaron que se había envenenado con sus medicinas. Dizque de la boca torcida
le brotó un espumarajo amarillento. Más bien, pudo ser con la jalea real que él
mismo decía que era peligrosa. Pero eso yo nada más lo pensé.
Después
de esas cosas tan tristes, ahora yo atiendo la botica y parece que le he atinado a la ancheta, porque
siguen viniendo a comprar medicinas. También a veces viene la cuadrilona a que le sobe el vientre y le de unas embijadas con
bálsamo tranquilo.
Yo
no quería saber nada de la botica pero la viuda me insistió que le ayudara y
como de repente se sintió tan sola la pobre, después me convenció para que me
quedara a dormir con ella. La verdad, tenía desconfianza de echarme ese
compromiso. Me daba miedo de poner mi mano donde se la puso el muerto, pero
ella me ha ayudado a mitigar el reconcomio. Ahora la gente me llama don Carlos
el boticario.
Por
eso cuando es tiempo de pitayas y huamúchiles me llega el recuerdo triste de mi
vieja que encuerada, aquella lóbrega noche pegó carrera con rumbo desconocido.
Al menos la cuadrilona y la viuda,
poco a poco me van quitando esa
preocupación.
14 comentarios:
Felicidades al ganador y gracias por leer mi cuento y colocarlo entre los semifinalistas.
Dakiny Kadyu
jajajajja esto es cuento?? como dicen por ahi "los mexicanos no sirven para mucho mas que para reirse de ellos" como se le llama ese estilo?? el dadaismo o el modernismo?? o es del el poeta callejero o literatura popular?? se que esto no se compara a muchos que andan por ahi pasando como si nada por la vida... no sirven para mucho alla en Mex!
y sin embargo se mueve
mi papá escribe y sin embargo acepta el veredicto
naaa jajaja
Quién se queje de este cuento de verdad que es un ignorante, no quería leerlo porque creía que iba a ser algo de poca calidad, como sucede en muchos concursos, pero cuando iba a la mitad me sorprendió y al final también, me fascinó.
Si no saben las características que debe de tener un cuento hagan el favor de abstener estos comentarios.
Felicidades al escritor, debería publicar más escritos.
El cuento me parece bueno, merece haber ganado. ¡Felicidades a organizadores, jueces, participantes y finalistas!
aaaahhhhhh soy fiel fanática de los cuentos, amo leer cuentos en mis ratos libres un tazón de palomitas y un buen cuento me hacen el rato, pero no entiendo tan difícil es hacer algo que tenga por lo menos una pizca de feelin'? Por favor es arte el arte es el plasmar el sentimiento ya sea en una hoja, en un acorde , en una interpretación! ¿Por qué cuesta tanto trabajo escribir algo con sentimiento? De verdad que no logro entenderlo, ya voy para un año en que no leo algo que realmente me enganche, siempre lo mismo, el clásico final que uno ya lo sabe, creo que dentro de nosotros habita un mágico mundo que puede ser capaz de ser transmitido y realmente muchos no lo hacen! Por favor no cuesta nada plasmar algo realmente impactante, tal vez no con una trama de misterio llena de interrogantes pero si con un personaje capaz de cautivar porque de una forma u otra nos hemos hecho con el personaje... Bien ... Esta clase de "cuentos" me inspiran y da mucho animo de mostrar mi trabajo con el afán de que las personas puedan sentirse en los zapatos del protagonista ....
A mí me ha gustado el cuento, su sencillez y la forma de cerrar la narración de manera maestra. Muchos cuentos del certamen no me han gustado, pero este creo que sí merece el premio. Esperemos el próximo ganador :)
Muy buen cuento, de los mejores que he leído jamás, me recordó mucho el estilo de Juan Rulfo al situar las acciones en el México de la Revolución y hacer hablar al campesino de una forma tierna y cruda.
Ah! y una vergüenza para Paul Walk que sea incapaz de disfrutar de un cuento como estos.
Si este cuento fue el ganador, no quiero saber que cuentos fueron los perdedores. Tiene mucja ignorancia el cuento: sobre todo cuando trata el tema del pulque. Parece ser que es un concurso de cuentos pueblerinos.
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