LA
BODA
Céfiro
Zala
La
pequeña iglesia de Jaral del Progreso lucía engalanada con crisantemos blancos que
mezclados con azahares, invadían el camino al altar de un particular olor, aguardando
la llegada de la pareja que ese día uniría sus vidas. El sol, aunque cubierto,
brillaba, pero no para todos. Los ricos lucían sus mejores galas para el evento
mientras los pobres, se asomaban curiosos al portal de la iglesia o se sentaban
en los últimos bancos aguardando. No exactamente por los novios, si no por las noticias
sobre la revolución. Pero el hambre, la desazón, la necesidad de combatir no
habían hecho mella en la decisión de Jesús Romo, la hermosa joven de diecisiete
años que en ese preciso instante, sonreía, caminando por las calles, del brazo
de su padre, de quien había heredado sus ojos. Detrás de ella, su hermana María
cargaba su precioso ramo de azucenas blancas mientras contenía los nervios al
ver a ricos y pobres del pueblo reunidos en la iglesia para presenciar su
matrimonio.
-
Por última vez, Jesús… ¿estás segura de
querer casarte? Yo hubiese querido retenerte un poco más… Te pareces tanto a tu
madre… tienes su carácter tan dulce… - su padre Socorro se detuvo y le arregló
amorosamente el velo unas tres cuadras antes de llegar al pórtico de la iglesia.
-
¡Papá! Ya te he dicho que María se
encargará de ti… además no pude evitar enamorarme de Telésforo… todo estará
bien… ¡no es como que me casaré y me olvidaré de ustedes! ¡Viviré tan sólo a
tres cuadras de la casa!
-
No lo sé hija… - dijo Socorro con pesar mientras
se enjugaba una lágrima. – Me será difícil…
-
¡Vamos papaíto! – Jesús sonrió. -
¡Apurémonos! ¡Seguramente Telésforo ya está esperándome!
Socorro
y María se miraron. Asintieron con la cabeza en silencio y ante la alegría de
Jesús, terminaron de librar los pocos metros que los separaban de la entrada de
la iglesia. Pero cuando llegaron, todo fue murmullos y de pronto, un silencio
increíble. María, de trece años, preguntó inmediatamente ante la expectación de
su padre y de su hermana.
-
¿Qué pasa? ¿Qué ocurre? ¡La novia ha
llegado! ¡Buenos días, señor cura!
El
cura, con una mirada tensa, se acercó a la jovencita y le susurró algo al oído.
Jesús se quedó platicando con sus amigas mientras Socorro, sospechando y
temiendo algo, se acercaba a su hija y al cura.
-
¿Qué pasa? ¿Qué le está diciendo a
María? ¿Por qué este silencio? ¿Acaso ya ha estallado la revolución?
-
No, Socorro… aún no. Pero puede que
estalle otra cosa… el novio no ha llegado.
-
¿Qué? – Socorro se sorprendió
sobremanera y su grito fue oído por Jesús que se deshizo de sus amigas
rápidamente y se acercó a su padre.
-
¿Qué ocurre? ¿Papá? ¿María? ¿Señor cura?
¿Dónde está Telésforo?
El
silencio del pueblo, de sus parientes y del cura la hicieron estremecer y Jesús
se llevó la mano a la boca. Telésforo no podía haberla dejado plantada. Empezó
a temblar y sintió que en cualquier momento enloquecería de dolor. Socorro la
tomó del brazo e intentó cubrirla de las miradas curiosas del pueblo.
-
Tranquilízate hija… seguramente
Telésforo se ha atrasado…
-
¡No! ¡Nadie se atrasa el día de su boda!
¡Telésforo! ¡Telésforo!
María
y Socorro intentaron detener a Jesús pero ésta ya había abandonado el pórtico
de la iglesia y comenzó a correr por las calles de Jaral sin importarle que las
personas cuchichearan a su paso. Comenzó a gritar el nombre de su prometido sin
cesar y dos veces se cayó por las calles empedradas. No le importó que su
vestido de novia se manchara de sangre por sus rodillas raspadas. Y cuando
sintió que nunca lo encontraría porque ya había recorrido casi todo el pueblo,
oyó unos jadeos en una esquina y se detuvo a escuchar.
-
Tengo que irme Trinidad… ya voy
retrasado a mi boda con Jesús…
-
¡Bésame otra vez y júrame que después de
tu noche de bodas vendrás a mí!
-
¡Te lo juro! ¡Te amo, Trine! ¡Pero ya
déjame ir!
Jesús
se quedó petrificada. Aquella voz era la de su prometido. Pero la voz de esa mujer,
la tal Trinidad, era la de su madrina de lazo. De su mejor amiga. ¡Con razón no
la había visto en el pórtico de la iglesia! Al oír el sonido de los besos que
se daban, rabia e ira se apoderaron de Jesús Romo. Se sintió poderosa, alta, orgullosa,
henchida de valor y soberbia. Acto seguido, salió de su escondite ante la
mirada atónita de su amiga y prometido.
-
No te preocupes Trine… ¡Telésforo es
tuyo! ¡Te lo regalo! ¡Quédatelo! ¡No quiero nada de ustedes dos! ¡No necesito
amor, no necesito casarme, no necesito nada más que a mí misma!
-
¡Jesús! – los dos amantes mezquinos al
verla se horrorizaron.
-
Ni siquiera me tomaré la molestia de
exhibirlos ante el pueblo. Yo sola volveré a la iglesia. Diré que no quiero
casarme porque no necesito amor. Porque los aires de la revolución que se
avecina me han dado la determinación de irme de este pueblo y luchar por una
causa verdadera. Por mí.
Jesús
se dio media vuelta y Telésforo intentó detenerla pero la joven se soltó con
firmeza y sin brusquedad.
-
No vuelvas a tocarme, Telésforo
Martínez. Gracias a ti me he dado cuenta que no necesito dulzura en mi vida. Se
acabó la muchachita dulce e ingenua que fui hasta el día de hoy. El amor es
sólo para los que creen en él. Y yo ya no creo en nada…
-
¡Perdóname Jesús! ¡Yo te juro que…!
-
No me jures nada… A cambio yo sí te juro
algo. Algún día, donde más duela, la sombra de la muchacha dulce que fui y que
cambiaste para siempre, volverá… y herirá con la misma arma con la que tú me
has herido a mí…
-
¡No seas idiota, Jesús! – dijo Trinidad
con ironía y crueldad ante la novia.
Jesús
no respondió. Dio media vuelta con decisión, la cabeza alta y el orgullo como
estandarte y cumplió su palabra. Con frialdad, dijo ante todo el pueblo que se
iría porque no quería casarse. Sin remordimientos, dejó a su padre y a su
hermana y se fue a la ciudad de Morelia donde pasó veinte años lavando ropa
ajena para mantenerse. Cuando reunió suficiente dinero, se mudó a Janitzio
donde construyó una casita humilde con vista al lago y donde años más tarde,
murió. Sus vecinas pagaron su funeral con el dinero que Jesús les había dejado.
No quería que nadie le pagara nada. Y en su lápida, se grabó la siguiente
leyenda: “Aquí yace Jesús, La Orgullosa”.
Eran
las once de la noche del primero de noviembre del 2012 cuando Laura Vázquez y
su prometido, Javier Estrada, al lado de sus mejores amigos y de toda su
familia, daban un paseo por la isla de Janitzio esperando ver el espectáculo de
la Noche de Muertos. Laura era una graduada de química y Javier era un médico
internista. Ambos se conocieron en un
Congreso. Un flechazo instantáneo. Laura era muy hermosa, inteligente y dulce.
Javier por su parte, fue mujeriego en su momento, pero al conocer a Laura se
convirtió en un hombre fiel. Después de un noviazgo de casi dos años, Javier le
propuso matrimonio en la plaza del pueblo del tatarabuelo de su amada novia.
Contrató violinistas, y mandó que cubrieran el humilde quiosco con flores e
incluso pagó para que, por la noche, se lanzaran fuegos artificiales después de
que él le ofreciera un precioso anillo de diamantes. Para Laura fue muy
significativo que Javier tuviera ese detalle de proponerle matrimonio en el
lugar donde nacieron sus ancestros y no pudo contestar otra cosa más que un
determinante sí. La fecha de la boda sería el tres de noviembre en Morelia ya
que de ahí era la familia de Javier y decidieron complacer a la madre de su
futuro esposo y estando ya todo preparado, acordaron viajar, como despedida de
solteros, con sus amigos y familias, a ver el espectáculo en Janitzio de la
Noche de Muertos.
-
¡No puedo creer que de verdad consideres
esto una despedida de soltera! – exclamó Estrella mientras ésta observaba
ensimismada los cirios encendidos y los caminos de flores de cempaxúchitl. -
¡Tú y Javier están locos!
-
¿No te parece que es hermoso y
pintoresco? A mí me lo parece…
-
Para Javier y sus padrinos, no es más que
una excusa para beber… ¡sí será para ellos una despedida de solteros! – se
quejó Estrella mientras veía al prometido de Laura y sus amigos sentarse en
cualquier tumba y destapar cervezas.
-
Déjalos… a mí me gusta ver la tradición…
-
¡Vaya tradición macabra aunque colorida!
¡No te lo niego! ¡Sólo a ti te gustan las tradiciones! Mira que considerar
romántico que Javier te propusiera matrimonio en un pueblucho cualquiera como
Jaral del Progreso…
-
¡Oye! – Laura empujó a su amiga con
cariño. - ¡No olvides que mi tatarabuelo Telésforo es de ahí! ¡Además fue
sumamente romántico…!
-
Si tú lo dices… ¡Mira! Es curioso… esa
tumba no tiene flores ni cirios… Ni tampoco nadie está sentado alrededor… ¿de
quién será?
-
No lo sé… pobre… que nadie recuerde… -
Laura se acercó y leyó el epitafio grabado en la lápida. – “Aquí yace Jesús, La
Orgullosa”…
-
¡Ahí viene tu prometido!
-
¡Cariño! ¡Mi Laura! ¡En menos de 48
horas serás mi esposa! ¡Me amarás y me honrarás hasta que la muerte nos separe!
¡Te amo! ¡Te amo!
-
Tú estás un poquito pasado de copas… -
dijo Estrella.
-
No te metas, Estrellita… ¡no comprendes
que este amor entre Laura y yo es eterno! ¡Hasta que la muerte nos separe! –
Javier besó apasionadamente a su novia y se retiró para seguir brindando con
sus amigos. - ¡Cuídamela bien! ¡No se pierdan entre tantos cirios, flores y
muertos!
-
Lo haré… lo haré… - Estrella vio
alejarse a Javier pero al voltear a ver a Laura se extrañó al verla sumamente
serena pero cambiada. Como si de pronto, estuviera viendo a una extraña. Su
gesto no era dulce, sus ojos parecían lejanos y su postura estaba mucho más
erguida que nunca. - ¿Laura?
-
Sentémonos aquí. Aquí estoy bien… -
contestó la aludida con un tono de voz diferente.
-
¿Estás loca? ¡Aquí ni siquiera hay un
altar que admirar! ¡Mejor vámonos!
Laura
comenzó a caminar, dejándose llevar por un particular olor de crisantemos
blancos y azahares que se mezclaba con el cempaxúchitl y de pronto se detuvo.
Estrella la miró estupefacta.
-
No… No necesito amor, no necesito
casarme, no necesito nada más que a mí misma. No necesito dulzura en mi vida.
El amor es sólo para los que creen en él…
-
¿Laura? ¿De qué hablas? ¿Qué te pasa?
-
No pasa nada… Sólo volví…
Escrito por: Aura Muñoz Romo.